“A veces, sólo es cuestión de hacer lo básico, bien hecho”. Así se presentaba el clásico lápiz BIC en una publicidad de hace algunos años.

El origen del lápiz BIC se remonta a 1950 cuando el francés Marcel Bich crea el “BIC Cristal”, y con muy pocas modificaciones visibles, pero de la mano de importantes innovaciones, el lápiz BIC sigue estando presente en nuestras vidas. El pequeño agujero lateral que le permite funcionar en aviones y evitar el derrame de la tinta, la tinta que evita derrames, la esfera de menos de un milímetro de diámetro que permite una escritura fluida o el agujero en la tapa para evitar que los niños se ahoguen al tragárselo, son solo algunas de las modificaciones que han hecho que este lápiz esté a la vanguardia del mercado por más de 70 años.

La historia del lápiz BIC no solo se parece a la de la abogacía, sino que nos permite además sacar algunas lecciones en momentos donde todos hablan de “innovación legal”.

Por estos días muchos abogados y abogadas están hipnotizados por el Chat GTP, un sistema de chat con inteligencia artificial capaz de responder a cualquier cosa que se le pida. Y también hemos conocido la nueva herramienta de Allen & Overy bautizada como “Harvey”, que les permite redactar textos legales con ayuda de la inteligencia artificial.

Seguramente un abogado que está cerca de la jubilación mira con asombro estas nuevas tecnologías, pero también debe recordar con nostalgia los días que dejó atrás la máquina de escribir para comenzar a usar la computadora e internet.

La mayor mejora tecnológica en la producción de documentos legales se produjo en el último cuarto del siglo XIX con el perfeccionamiento y comercialización de la máquina de escribir mecánica. Durante siglos, la principal herramienta para la producción de documentos legales fue la pluma, con la que el escribiente demoraba horas en redactar un breve escrito. La máquina de escribir más que duplicó la velocidad de producción de documentos legales. Fueron años -sin duda- de una importante ”innovación” en el mundo legal.

Estos cambios de fines del siglo XIX trajeron consigo cambios significativos en la profesión legal (desplazaron a los escribientes, mejoraron la eficiencia e incorporaron a las mujeres como mecanógrafas en las firmas de abogados), pero el servicio legal, esto es, lo que los abogados hacían y ofrecían a sus clientes, no cambió.

Han pasado más de 100 años y los abogados siguen haciendo lo mismo, aunque apoyados de tecnologías diferentes. Hoy es la inteligencia artificial; ayer fue la máquina de escribir.

Post crisis financiera del 2008 la profesión legal creyó estar viviendo tiempos de profunda transformación. Algunos inclusos llegaron a anunciar la muerte del Big Law (v.gr. Ribstein, 2010), denominación que se le da a la abogacía de los negocios de elite donde actúan las grandes firmas de abogados.

Eran años donde se escuchaba el “más por menos” de Richard Susskind y se pronosticaba la llegada de las ALSP como la gran amenaza a las firmas tradicionales.

Según el informe “Alternative Legal Services Providers 2023”, publicado Thomson Reuters, el mercado de las ALSP ha crecido hasta superar los 20.000 millones de dólares. Para un mercado que tiene ingresos cercanos a los 800.000 millones de dólares, la participación de las ALSP es todavía muy marginal.

En 2020 llegó el COVID y si hasta ahí seguíamos esperando los radicales cambios anunciados post crisis de 2008, aparecían nuevas predicciones de la transformación de la profesión legal. El teletrabajo, la tecnología e incluso una mayor sensibilidad de los socios para con sus equipos, nos mantuvieron hipnotizados por varios meses.

Aunque vivimos una época de cambios profundos, la prudencia parece ser un buen aliado y la enseñanza que nos deja el tradicional lápiz BIC puede ser una buena lección para enfrentar los años que vienen.

Por estos días Richard Susskind, moderando sus predicciones, habla de una “transformación incremental permanente, no disruptiva”. Ya no se le escucha decir que la industria legal y el mundo jurídico no será igual en la próxima década (cuestión que dijo hace más de 20 años), sino que ahora habla de un cambio incremental.

Ese cambio incremental es lo que la industria legal viene experimentando desde fines del siglo XIX y no es ninguna novedad para los abogados.

Al igual que el lápiz BIC, las firmas de abogados siguen siendo las mismas desde su origen de fines del siglo XIX, con muy pocas modificaciones, pero de la mano de importantes innovaciones (máquina de escribir, computadora, internet, bases de datos, telefonía celular, softwares de gestión, inteligencia artificial, etc.).

Últimamente la industria legal se ha obsesionado con una idea de innovación que no solo está equivocada, sino que también es peligrosa, a saber, la idea que la innovación es tecnología.

La innovación es un proceso constante para mejorar algo. Y las firmas legales tienen dos desafíos claves para los próximos años en los cuales deberán enfocar su proceso innovador. Primero, ¿cómo hacer frente a un mercado global mucho más competitivo? y, segundo, ¿cómo atraer y retener al talento?

No se trata de inventar la forma de hacer algo distinto; se trata, como lo hizo el lápiz BIC, de “hacer lo básico, bien hecho”. ¿Cómo me diferencio de la competencia para que el cliente me prefiera? y ¿cómo le ofrezco a los abogados y abogadas que egresan de la Universidad un lugar de trabajo que les permita desarrollarse profesionalmente, compatibilizar el trabajo con los otros aspectos de la vida y un modelo de negocio que deje atrás la obsesión por la hora facturable y el clásico “up or out”?

La tecnología, como ha sido siempre, no es el fin, sino sólo un medio que ayuda a hacer las cosas mejor.

Este artículo ha sido publicado originalmente en TexLatin.

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