Estamos viviendo una situación extraordinaria que ha requerido y requerirá por un buen tiempo de respuestas extraordinarias. Acuartelados por tiempo indefinido en nuestros domicilios, salimos apenas para visitar unas o dos veces a la semana el supermercado  o farmacia más cercana (aunque presumo que más de una persona realiza esta práctica a diario como un efectivo y barato desestresante). 

En las casas hemos invadido espacios que antes pertenecían a toda la familia o permanecían como neutrales. Ahora estos se han convertido en un lugar de trabajo que intenta insertarse, con poco o mucho éxito, en una dinámica que es nueva para los miembros de cada hogar (los hijos han dejado de asistir a la escuela o la universidad, estamos juntos a la hora del almuerzo, hay que hacerse cargo con frecuencia de labores como poner la lavadora, cocinar o pasar la aspiradora).

También han reaparecido antiguas prácticas como la de preparar postres en casa. Las harinas, el azúcar impalpable o la levadura se han convertido en objetos de culto en los barrios de clases medias.

Sí, no queda otra.

Hay que acomodarse a esta nueva “realidad”, que seguramente asumirá nuevas características cuando podamos regresar con cuenta gotas a nuestras oficinas o se descubra la tan cacareada vacuna.

Algunos elegirán mantener este régimen el mayor tiempo posible. Otros alegarán cualquier motivo para regresar a “su” lugar. Pero lo más probable es que los directivos de la empresa ya hayan ideado otras formas para emplear este de manera más eficiente. Una profesión tan presencialista como el derecho sufrirá cambios que en este momento eran impensables.

En Chile o Paraguay la palabra pituco, según el Diccionario de la lengua española (DLE), asume una condición peyorativa: “presumido”, “que se arregla mucho”. En Perú o Bolivia, su significado, aparentemente, resulta menos negativo: “dicho de una persona de clase alta”. Sin embargo, la lingüista peruana Martha Hildebrandt, dicta en su libro 1000 palabras y frases peruanas una sentencia condenatoria al consignar que es “un adjetivo despectivo que equivale a presumido”, sin dejar de mencionar que “designa a cierto tipo humano de nivel socioeconómico alto”. Al margen de anotaciones teóricas, a diario la utilizamos en un sinfín de expresiones con un sentido burlón o con aire de superioridad moral: “se pituqueó”, “es una playa pituca”, “se cree pituco”, “allí estudia puro pituquito”, etc.

Algunos consejos que encontramos en las redes para sobrellevar de la mejor manera el teletrabajo parecen escritos, en estas circunstancias, únicamente para solteros, parejas sin hijos, o pitucos. Elegir un espacio que se asemeje a una oficina, evitar las distracciones y ruidos, informar a tu entorno sobre cuál es tu zona de trabajo (imagino para que no se entrometan en los que no les interesa) o no realizar labores domésticas, resultan especialmente difíciles en espacios donde los arquitectos de departamentos de clases medias no han siquiera imaginado la posibilidad de tener donde ubicar un librero decente. Según la Cámara Peruana de la Construcción, ahora el tamaño promedio en Lima de un departamento es de 75 m2, mientras que en 2011 era de 81 m2.

Una redacción en cada casa

La andanada de clases virtuales que los colegios en Perú han implementado para mitigar los reclamos de padres de familia que insisten que los centros privados reduzcan más sus pensiones no ha ayudado mucho. Aunque las laptop y tintas para impresoras se han convertido en otro ítem con alta demanda, sería necesario montar algo parecido a la redacción de un diario en cada casa para satisfacer a todos en la familia. En cambio, los tips que leemos en internet sobre el teletrabajo nos llevan a imaginar a una persona que se desliza a solas, casi sin pisar el suelo, por los rincones de un departamento semivacío.

Encontré hace poco en una red social un aviso que promocionaba una pequeña carpa diseñada para que una persona pueda instalarse en un rincón de su casa para el teletrabajo, acompañada solo de su computadora personal y una taza de café. “Especial para jornada laboral antiniños, antisuegras, antiesposas y antimascotas”, decía el autor de la publicación.

No creo que la mayoría lleguemos a ese extremo.

Habrá que acomodarse, por ahora, al teletrabajo y esperar la llegada de una nueva normalidad con sus defectos y virtudes. No todos pueden convertirse en pitucos.

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