Una relación basada en la confianza y la honestidad. No hay más opciones. Ambas partes ganan, pero ninguna de ellas se puede permitir el lujo de cuestionar el trabajo del otro en la búsqueda del texto perfecto. Periodismo y abogacía van de la mano y eso, hace tan solo unos años, era impensable.

En el cine, el vínculo entre periodistas y abogados a menudo se retrata como tensa o conflictiva. Los periodistas pueden verse como investigadores obstinados que buscan la verdad a toda costa, mientras que los abogados toman el papel de fieles protectores de los secretos e intereses de sus clientes. En algunas películas, estos dos personajes trabajan juntos para desentrañar una conspiración o una injusticia, pero en otras aparecen en la gran pantalla enfrentados, poniendo así de manifiesto la tensión entre la libertad de prensa y el derecho a la privacidad y la defensa.

Por suerte solo es ficción y lo cierto es que ambas partes se necesitan. El periodista sabe lo que ‘vende’ y cómo hay que contarlo para ganar la atención del público. Sin embargo, por mucha especialización que tenga, no dispone de los conocimientos jurídicos que le permitan abordar un tema en profundidad. Y ahí queridos amigos no tenemos más remedio que levantar el teléfono y pedir ayuda. Solo los abogados pueden darnos las claves de por qué se ha tomado una determinada medida o qué consecuencias tendrá la misma. ¿El problema? Es que muchas veces este pronunciamiento da vértigo.

En ocasiones, los periodistas tenemos serios problemas para encontrar un testimonio que no le importe mojarse en un determinado asunto. Pero no somos tontos, entendemos que no quieran hacerlo por mucho que se nos fastidie un tema. Por eso, lo que pedimos es que, sin apuntar a una única idea, nos ofrezcan un abanico de posibilidades que permitan al lector o espectador entender la realidad. El objetivo no es otro que lograr que sea este el que, una vez se empape del asunto, tome sus propias consecuencias. Quien nos lee os puedo asegurar que está perfectamente capacitado para ello.

La relación de confianza entre un abogado y un periodista debe ser fuerte y basada en la honestidad, la integridad y el respeto mutuo. Es importante que ambas partes comprendan y valoren las responsabilidades y desafíos del otro. El abogado debe respetar la independencia editorial y la ética periodística, mientras que el periodista debe confiar en el conocimiento y la experiencia del letrado. Los dos son responsables de que la información que se publique sea justa, precisa y, por qué no, interesante para el lector. Precisamente por esa confianza, el abogado, una vez que ha logrado que una de sus tribunas capte la atención de un periodista, no puede pedirle a este una prueba antes de su publicación. Si se la está ‘vendiendo’ a esa persona en exclusividad y no a otra es por algo. Puede que finalmente surja algún problema y la solución es fácil: no volverle a pasar nada. De la misma forma, el periodista no puede cuestionar que el análisis jurídico que le está ofreciendo la otra parte sea fidedigno. En caso de que esto ocurriese solo hay una solución: romper el vínculo y no volver a confiar en su palabra.

¿Y por qué esta necesaria unión? ¿Qué gana el uno del otro? ¿Por qué uno tiene que ‘perder’ su tiempo en escribir cuando no es su trabajo y el otro hacer un esfuerzo en traducir ese lenguaje tan técnico sin cambiar el contenido y preocuparse de darle el formato más idóneo? A la respuesta se llega con una única palabra: VISIBILIDAD. Si algo no se cuenta, lamentablemente parece que no existe. Un despacho puede estar profundamente especializado en un área específica del derecho y ser experto en ella, pero si no lo vende a través de su palabra un cliente que nunca haya oído su nombre nunca llegará a él. Por eso es fundamental desarrollar una fuerte presencia en línea a través ya no solo de medios de comunicación dirigidos a un determinado público, sino fomentando una destacada presencia en redes sociales. Y ello solo puede lograrse si el contenido es relevante y se expone en el momento preciso, pues de la misma manera de nada sirve pronunciarse sobre un asunto que estuvo candente meses atrás.

En conclusión, a periodistas y abogados no les queda más remedio que ponerse la capa de la empatía en la ansiada búsqueda de la especialización.

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